La mayoría de las personas insiste que es mejor saber/decir la verdad. Todos "deberíamos" ser más honestos respecto a lo que pensamos y sentimos, pero, cuando esa verdad se dice, no saben que hacer con ella. Más aún, si la misma es acerca de algo que con un poco de anticipación ya habíamos previsto y necesitábamos confirmar. Pero, es aún más sorprendente que, quienes no saben que hacer con la verdad, son los que se han autoproclamado como personas completamente honestas y sin miedo a decir/escuchar tanta sinceridad.
No se trata únicamente de dar a conocer ciertas cosas que nos han preocupado, sino el como reaccionaría esa persona a quién queremos contarle ello. Sobre todo si eso incluye declaraciones respecto a sentimientos, que han surgido por la constante de los mensajes en redes sociales y los encuentros para disfrutar juntos el regreso a casa. No es sencillo confesarse, pero es aún más difícil hacer algo con una verdad anteriormente anunciada.
Las personas pueden preguntarte cosas por el simple hecho de entablar una conversación, aunque habrá momentos en donde pudieran esperar que no fuésemos tan sinceros. Lanzar preguntas al aire para probar al otro resulta una prueba para uno mismo. Porque, muchas veces, ellos deciden responder con toda la sinceridad que los otros esperan, y es ahí cuando las respuestas sorprenden y ralentizan la capacidad de contestación de quienes imploraban por la verdad.
Eso me paso aquella madrugada, no esperaba contarte semejante verdad con el desorden constante de mi actual vida, pero ahí estaba tu pregunta, flasheando y esperando por ser contestada. El miedo me invadió porque mi cerebro ya había decidido dejar de engañarse y por ende, dejar de engañarte a ti. Después de mi respuesta positiva todo pareció moverse tan lento, sobre todo tus contestaciones. Tus afirmaciones, que después se volvieron negaciones y una vez más regresaron a ser afirmaciones estaban llenas de confusión, de rapidez, como si una ola de pensamientos y sentimientos se acumularan por salir pero con el temor de no ser aceptados o ser bien vistos.
Al final optaste por hacer reservas a tus declaraciones, aceptaste tus sentimientos hacia mí, aunque entre tantas palabras logré percibir el caos de tus emociones. Percibí el temor de seguir escribiendo, de continuar con la conversación, de decir algo más allá de lo que ya era evidente. Note, que por una vez en la vida, no estaba asustada por lo que sentía, ni por decirte eso, se fue el temor acerca de perderte, de que no estuvieras, si ahora decidieras irte, pese al dolor que llegará a sentir, estaría muy tranquila, porque todo en mí respecto a ti está en un completo orden.
Decidimos quedarnos así, como los amigos que somos, con la constante de desordenar las sábanas, aunque a estas alturas pienso que en algún momento nos vamos a desordenar la vida.